Un misionero en Latinoamérica
05 de Noviembre 2013
Por Elizabeth Aristizábal
Dennis Smith, misionero de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos, ha trabajado en América Latina hace ya más de 30 años y trajo su vasto conocimiento sobre el continente para compartir en esta X Asamblea del CMI.
Fue presidente de la Comisión de Verificación de Códigos de Conducta en Guatemala, coordinador del Programa de Pastoral de la Comunicación en el Centro Evangélico de Estudios Pastorales en Centroamérica (CEDEPCA), y en 2008 fue elegido presidente de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC, por sus siglas en inglés). Actualmente, Dennis vive en Argentina y es responsable de ser el enlace regional de la iglesia presbiteriana para Brasil y el Cono sur.
En esta entrevista, él habla sobre las principales problemáticas de América Latina y los retos que tiene el movimiento ecuménico en esta región.
¿Cómo ha sido el trabajo del movimiento ecuménico en Latinoamérica?
Es importante reconocer la diversidad religiosa en América Latina e incluso dentro del mundo cristiano. Históricamente ha existido una fuerte brecha entre protestantes y católicos, y entonces el testimonio que ofrece el movimiento ecuménico en un ambiente de exclusión e intolerancia religiosa, es de vital importancia porque insiste en que una iglesia particular no es dueña de la verdad y tampoco que ningún grupo particular tiene la capacidad de hacer una única interpretación de la realidad o de cómo resolver problemáticas tan complejas.
Es importante reconocer que nuestras iglesias no siempre han sabido ser buenas ciudadanas, porque no han sabido discernir su papel en la sociedad en general. En un mundo donde cada grupo se siente dueño de la verdad, no han tenido la necesidad de aprender cómo incidir ante el poder político, el poder público. Sin embargo, en los últimos 10 años algunos han entendido que tenemos que tomar luchas por la justicia, por la paz, por los derechos humanos, contra la discriminación, contra la violencia y la exclusión.
¿Qué pasa hoy en día con los jóvenes y cómo acercarlos al movimiento ecuménico?
Estamos en una situación cultural donde hay terribles presiones sobre los jóvenes hoy en día, económicas, académicas, de la misma sociedad de consumo, que van generando una resistencia; la gente ya se da cuenta de lo superficial, de lo liviano, del planteamiento de la sociedad de consumo que dice que tu valor como ser humano consiste en la capacidad de consumir cosas y entonces esto genera por un lado una de resistencia a lo superficial de la sociedad de consumo y por otro lado la posibilidad de construir alternativas y nuevos espacios de movilización, como los que se ven hoy en día.
La mayoría de nuestras iglesias no tienen muchos jóvenes. Las iglesias que tienen muchos jóvenes, son iglesias “espectáculo”. Pero el trato de los jóvenes con estas iglesias es un intercambio de bienes simbólicos, en donde yo voy, paso un buen rato, voy consumiendo un poco de esperanza, un poco de autoestima y luego me voy, pero no me siento parte de una comunidad.
Los jóvenes que hoy están en estos espacios [Asamblea], son jóvenes que han sabido resistir, pero desafortunadamente corremos el riesgo, en la mayoría de las iglesias de línea ecuménica en América Latina, de perder a la juventud. Sólo han logrado conectarse con los jóvenes, las comunidades que están enfrentando problemáticas concretas como la violencia contra la mujer, la discriminación, racismos, etc. Necesitamos crear espacios para los jóvenes, no utilizarlos, escuchar sus propuestas, adaptar nuestra liturgia a ellos.
¿Qué hacer desde el ecumenismo para ayudar a construir la paz?
Yo viví en Guatemala 33 años y podemos decir por un lado que en Guatemala ya no tenemos conflicto armado abierto, por otro lado el número de asesinatos cada año es similar al número de fallecidos en un año, durante el conflicto armado, eso es una realidad.
El gran aporte de la iglesia en estas circunstancias, es reconocer que la gente está cansada, está harta, está agotada y profundamente necesitada de esperanza. Es necesario crear espacios seguros donde los jóvenes puedan cuestionar, encontrar consuelo, construir su identidad y tomar el riesgo de escandalizar un poco a los adultos, desafiándolos con sus propuestas ante tanta solución que no ha funcionado.
Pero el otro papel de la iglesia en estos contextos, es entender que la iglesia es el espacio donde debemos combatir la impunidad. Que debemos combatir las estructuras del patriarcado, las mentalidades militarizadas, y demostrar desde la iglesia otra forma de construir el poder; un poder al servicio del bien común.
¿Por qué es importante esta Asamblea?
Debemos insistir en la necesidad de articular comunidades, de crear espacios en conjunto para poder enfrentar sea la violencia contra la mujer, la trata de personas, el narcotráfico, la exclusión económica, todo esto tiene sus raíces tan profundas que nadie en particular va a poder buscar una solución.
Tenemos que entender que de alguna manera ser fiel al Evangelio, presupone participar activamente en la sociedad con humildad, con decisión y reconociendo que no podemos ofrecer una solución enlatada, una solución fácil, sino que las alternativas hay que construirlas en comunidad.
Es importante este encuentro porque demuestra que todavía estamos sentados y sentadas alrededor de la misma mesa, a pesar de tantas divisiones y tanto conflicto que existe en todo el mundo, aquí hay gente que representa una diversidad enorme, todavía es capaz de llegar aquí y decir: yo te necesito y tú me necesitas, y si no podemos convivir, el mundo mismo queda empobrecido.